Capítulo 5: London Eye
–Camina
más rápido. – Me dice Axel.
Aunque
mis tacones no son muy altos, no me permiten correr ni caminar tan rápido cómo
Axel.
–Ya
podrías ir más lento tú.
–Para
cuando lleguemos, a parte de que las ranas tendrán pelo, habrá un montón de
cola y, desgraciadamente para ti, no me apetece estarme de pie cómo un inútil
mientras pienso que las parejas ñoñas que se suben podríamos ser nosotros si
hubieras caminado más rápido. –Me paro en seco.
–
¿Me estás llevando al London Eye?
Él
se encoge de hombros. Y sigue caminando.
–¡Oh
Dios mío, me estás llevando al London Eye!
–
Pero si no te das prisa, no vamos a poder subir
Apresuro un poco el paso.
Hace poco hablé con Axel sobre el poco tiempo que hace que
estoy en Londres. Apenas tres meses desde que llegué de Glasgow, así que no
había tenido tiempo de subirme a la noria. Hasta hoy.
– ¡Te adoro, Axel! – le digo y le abrazo por la espalda.
Poco después, llegamos a la cola para subir en la noria.
Entramos, y me cojo del brazo de Axel.
– ¿No ves cuanta gente? Esto nos pasa porqué caminas
lento. Y porqué comiste demasiado en la pastelería.
–Axel…– intento pararle.
– ¿Sabes que me estás arruinado? Me cuestas demasiado
dinero. No sólo una magdalena, sino tortitas y cafés…
Le tapo la boca con la mano, él me coge de la muñeca, y yo
le beso. Se separa, pero yo lo vuelvo a atraer hacia mí. Su extraña manía de
manosearme por debajo de la camiseta no quiere manifestarte hasta que llevamos
medio minuto besándonos.
– ¿Qué haces esta noche?– me susurra contra la boca.
Me besa, pasando sus dedos índices entre mi sujetador y mi
espalda.
– ¿Qué haces tú? – le pregunto yo igual.
– Quedar contigo.
Me besa en los labios, y luego avanza hasta la mejilla, el
mentón y el cuello. Se entretiene besándome en la clavícula y suelto un suspiro
de placer. Me quedo con los ojos entrecerrados un momento, y cuando los abro
veo a las vecinas de enfrente que nos miran fijamente.
Son Sadie y Kami, y viven una al lado de la otra, pero
enfrente de mi casa. Llevan un helado de frambuesa cada una y tienen la boca
abierta de par en par. Tendrán unos 13 años, y no me caen bien, pero tampoco me
molestan.
Les guiño un ojo y me llevo el dedo índice a los labios.
Vuelvo a olvidarme del mundo y sigo besando a Axel en los labios.
Cuando pasa el tiempo, la cola avanza y somos los primeros
para subirnos a una de las cabinas. Le cojo del brazo y le empiezo a dar besos
en las mejillas.
– Te adoro, en serio.
Le mando un mensaje a mi hermana:
“Darcie, dile a mamá que me quedo a dormir en casa de
Shirley. Te doy 5 libras y los detalles cuando vuelva”
A una velocidad preocupante, Darcie me contesta:
"Necesito
comprarme unos zapatos"
"Pues
los detalles y 15 libras" –le propongo.
“OK.”
Cuando
la noria empieza a girar lentamente, saco el móvil y llamo a Shirley para avisarla
por si mi madre le llama, ignorando por completo los besos de Axel en el
cuello.
Al
otro lado de la línea, la voz chillona y histérica de Shirley me mete prisa:
–Cariño,
estoy ocupada, sé breve.
–Shirley,
seré breve porqué sé que en este momento estás con Tommy. Me quedo en casa de Axel. Le he dicho a mi madre que estoy
en la tuya, encúbreme. –continúo.
–
¿¡Vas a pasarte la noche con Axel!?
Oigo
a Axel que se queja y entierra su cara en mi pelo. Me abraza por detrás, y me
da besos en el cuello. Estamos de cara a la ventana que da a la ciudad y la veo
por primera vez desde el aire des de que me mudé
–
¡Tía! ¡Tenemos que ir de compras para que me lo expliques todo! – me grita
Shirley.
Axel
se quejó más fuerte y tras forcejear un poco, me coge el teléfono.
–Adióóóóssssss–
le dice a Shirley por el móvil y cuelga.
–¡Axel!–
le digo, enterrando la cara en su pecho.
–Disfruta
del paseo, preciosa.
Le
beso el cuello y avanzo hasta la barbilla. Me pongo de puntillas, y le detengo
a pocos milímetros. Siento su respiración entrecortada. Siento sus cálidas
manos en las caderas. Siento los latidos que nos martillean el pecho.
–Eso
intento, pero me lo pones demasiado difícil…
Siento
que sus barreras internas se desmoronan delante de mi provocación.
–
Ah, a la mierda las vistas. – dice y me besa.
Entonces,
y solo entonces, me doy cuenta de que hay más gente en la cabina. Por suerte, nadie
nos mira. Aún.
Me
zafo de su abrazo y le susurro:
– Cuando lleguemos a tu casa.
Me
mira pícaramente y sonríe.
–
Por supuesto.
Una
hora y media después, estamos en la puerta de su casa. Me coge de la cinturilla
del pantalón con la mano izquierda mientras me besa. Con la derecha rebusca en el
bolsillo de la chaqueta de cuero, hasta que encuentra las llaves de la puerta.
Las mete en la cerradura, pero no puede girarlas bien. Abre los ojos un momento
para mirarlas pero parece que sigue sin poder girarlas.
Me
aparto, un poco ruborizada, y él se disculpa. Llama a la puerta. Quince
segundos después se abre la puerta.
–
¡Hey! – dice Flynn. Lleva una toalla granate atada alrededor de la cintura, y
el pelo pelirrojo le cae mojado por encima de los ojos verdes. Tarda un momento
en darse cuenta de que yo también estoy. – Oh, hola Cass. No esperaba visitas.
–Flynn,
es mi casa. Creo que, aunque tengas llaves, no deberías coger y ducharte en mi
piso, porqué al fin y al cabo, soy yo quien paga las facturas.
Flynn
se pasa la mano por el pelo mojado, apartándoselo de los ojos. Se rasca el
cuello.
–
Es que pasaba por aquí después del curro, y…
–
¡CARI!
Se
oye una voz femenina que sale del baño. Una chica morena y con el pelo negro abraza
a Flynn por la espalda, y él pone los ojos en blanco.
–
Cari, ¿quién coño es esa? – La chica, a la cual tenía vista de la universidad,
me fulmina con la mirada.
–
Eh…– me quedo en blanco. Sus ojos no eran más que dos rendijas.
–
Pues mira, da la casualidad de que es mi novia, que este es mi piso, y que él
es mi mejor amigo. Y que tú eres una furcia. Ponte ropa y sal de mi casa. – Le
espeta Axel.
La
chica parece ofendida, pero después de una mirada furtiva, le hace caso y
desaparece en el pasillo.
–
Gracias, Axel. – Le dice Flynn.
–
De nada. Pero no te traigas a más chicas a mi casa, por Dios.
–
Ah, ¿qué ahora ya no puedo traer a nadie?
–
No es que no puedas traer a nadie, pero no me gusta que traigas a chicas.
–
Joder, ¿pero por qué tu sí? – Flynn parecía realmente dolido mientras me
señalaba.
–
Porqué es mi casa, maldito gilipollas, que tú sólo tienes las llaves para
emergencias.
–
Joder.
La
chica morena aparece de nuevo por el pasillo, pero esta vez, en lugar de una
camiseta de Flynn, lleva puesto un vestido negro ajustado. Le da un beso en la
mejilla al pelirrojo y se escurre por el trozo de puerta que no estaba cubierta
por Flynn.
Mientras
se aleja, a Flynn se le marca una expresión bobalicona en la cara. Sigo su
mirada y me encuentro con que le está mirando el culo a la chica.
–
Eres un pervertido. – Le digo con despecho.
–
Un pervertido feliz. ¿Vemos una peli?